Narciso Ibáñez Menta
Ángel Magaña
Irma Constanzo
En 1967, cuando Julio Ardiles Gray entró a trabajar en la revista Primera Plana, el grabador portátil era un invento relativamente reciente, que comenzaba a popularizarse y que determinó –tanto en el plano de la práctica como en el ideológico‒ otro modo de ejercer el periodismo y pensar la literatura. Tal como sintetiza María Moreno, la voz comenzó a reinar. [1]

El primer aparato a casete del periodista fue un Phillips con el que entrevistó al cantante Miguel de Molina para una sección que se llamaba “Primera Plana va más lejos con…” y era la adaptación vernácula de “L’Express va plus loin avec...”, de la revista francesa L’Express.

“Yo le hice las primeras preguntas –contó Ardiles Gray–, y de pronto me di cuenta de que era un narrador sensacional; un gitano que contaba con una gracia, con un salero, toda su infancia… Entonces me dije: ¿por qué tengo que poner mi pregunta?”. [2]

El periodista recordó entonces a los narradores populares de Monteros –su pueblo natal, en Tucumán– que contaban historias en verso y en prosa alrededor de una mesa o de un fogón. Y entendió que bastaba con grabar la conversación y limpiar algunas muletillas para que la voz del entrevistado desplegara toda su cadencia, sin interrupciones. Probablemente haya ayudado a esa capacidad de rescatar la expresividad del otro, su condición de profesor de Castellano y Literatura en el secundario –tarea que ejerció durante veinte años– y un esmerado manejo de la gramática y la puntuación, tal como sugiere Ana Ezcurra, su esposa.

Según el especialista Jorge B. Rivera, Ardiles Gray fue uno de los pioneros argentinos de este género que en Cuba llamaron “historia oral” y que el periodista conoció a través de libros como Biografía de un cimarrón (sobre el testimonio de un esclavo afrocubano) y La canción de Rachel (en torno a una vedette del teatro habanero) de Miguel Barnet; y Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis.

Reconstruir una vida a través de una historia oral no es un ejercicio fácil: requiere inteligencia, sutileza y falta de veleidades por parte del entrevistador. Este nuevo modo de preguntar, de narrar y de escribir estaba emparentado, en varios aspectos, con el entonces nuevo periodismo estadounidense.

Sin los resquemores que la nueva tecnología le presentó a Gabriel García Márquez (para el autor colombiano muchos periodistas habían perdido la oportunidad de rescatar la esencia del entrevistado, recostados en la comodidad de una grabación), Ardiles Gray le dio una vuelta de tuerca al uso del casete.

Los textos presentados en este apartado incluyen historias de vida publicadas en la revista Primera Plana y en los diarios La Opinión y Convicción; algunas de ellas fueron reunidas en el libro Historias de artistas contadas por ellos mismos. [3] Leídos retrospectivamente conservan su frescura inicial porque se reconoce la voz de cada persona, su tono coloquial y cotidiano, sus éxitos y sus fracasos, su condición de trabajadores de la cultura y no de estrellas en un pedestal. Pero, además, devienen en registro de una época, de un tipo de periodismo y de un modo de vida más humano, más artesanal y con movilidad de clases.

Las cintas de audio grabadas, que sobrevivieron al paso del tiempo y los cambios tecnológicos, fueron incluidas en este espacio como una suerte de juego de las diferencias entre lo dicho espontáneamente y lo finalmente publicado: perlas en bruto y perlas procesadas. Quienes escuchen estas viejas cintas ahora digitalizadas podrán descubrir lo resaltado y lo omitido por Ardiles Gray, sus decisiones periodísticas, estilísticas e ideológicas y –sobre todo–  su maravilloso manejo de la palabra, tanto oral como escrita.

[1] Moreno, María, Enrique Raab, periodismo todo terreno, (prólogo), Buenos Aires, Sudamericana, 2015 y Moreno, María, “Doble casetera”, Buenos Aires, Página/12, 24 de octubre de 2010.
[2] Rivera, Jorge B., El periodismo cultural, Buenos Aires, Paidós, 1995.
[3] Ardiles Gray, Julio, Historias de artistas contadas por ellos mismos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981.