Su vida

LOS ORIGENES

Descendiente de una familia que llegó a lo que hoy es la Argentina con Diego de Rojas –un conquistador del siglo XVI que venía de la zona del Perú–, Julio Ardiles Gray nació en Monteros, Tucumán, el 6 de mayo de 1922.

Su infancia y su adolescencia estuvieron organizadas a partir de los traslados de su padre, contador del Banco de la Nación, a Tucumán capital y a la provincia de San Juan, entre otros destinos.

Ana Ezcurra, la viuda de Julio Ardiles Gray, siempre sintió que esta canción, “Pueblito, mi pueblo” –compuesta por Carlos Guastavino e interpretada por Juan Falú– refleja muy bien el sentir de su esposo por Monteros, el lugar donde nació. Ella rescata el mérito conjunto del autor y del intérprete y recuerda que cuando Falú no era aún el guitarrista, docente y promotor cultural reconocido que es hoy, Ardiles Gray le hizo la primera crítica a un trabajo de su coprovinciano: el disco Tucumàn canta a la Patria grabado junto a otros músicos, en 1966.

LA DOCENCIA

En San Juan Julio se recibió, casi en simultáneo, de maestro normal y de bachiller. Por presión familiar empezó, en Tucumán, la carrera de Abogacía que no terminó y de la que se escapaba para cursar como alumno libre algunas materias de Filosofía y Letras. Por entonces, la de Letras era una facultad recién inaugurada y, dado su excelente plantel inicial de profesores (muchos de ellos exiliados de la Guerra Civil Española o perseguidos por el nazismo), devino en el epicentro de la eclosión cultural de la provincia.

Ardiles Gray ejerció como docente entre 1940 y 1966 en escuelas públicas de Tucumán y de San Juan y fue profesor de Castellano, Literatura Española y Literatura Argentina y Americana en el Instituto Adscripto Tucumán, fundado a pulmón y en cooperativa junto a otras once personas: “los doce apóstoles” se bautizaron a sí mismos, pese a que fue el primer colegio laico de la provincia. [1]




Páginas del boletín publicado por el Instituto Privado Tucumán –que Julio integró– a propósito de los 50 años de la institución.

 [1] Extraído de https://www.youtube.com/watch?v=9OHaJGZYVsY

EL PERIODISMO TUCUMANO

Ardiles Gray hizo su debut como periodista en 1943 en un vespertino tucumano de vida fugaz, La flecha, cuya redacción estaba en la vereda de la Catedral, desde donde veía –según contaba– cómo los republicanos españoles, casi todos panaderos, se trenzaban a los sillazos con los nazis locales, en plena contienda mundial. [1]

Una estructura periodística precaria que no tenía servicio internacional. “Estábamos en plena guerra y escribíamos lo que pasaba en el mundo escuchando una Telefunken, de noche -recordó a instancias del periodista Carlos Ulanovsky- a través de la que captábamos la BBC de Londres, las transmisiones alemanas y Radio Moscú”. [2]

Luego de unos seis meses se fue de La flecha, cansado de que le pagaran con avisos que tenía que vender para poder cobrar. Y pasó a publicar en el diario La Unión, una publicación que por entonces sostenía posiciones pro aliadas, clausurada por Alberto Baldrich, el designado interventor en la provincia por el presidente de facto Pedro Ramírez.

Todavía no había terminado la guerra cuando ingresó al diario La Gaceta donde, según señalaba, la “sombra de la clausura” se extendió entre 1946 y 1955 porque era un diario “contrera”, opositor al peronismo, por lo que recibía constantes presiones y el papel a cuentagotas.

Ardiles Gray empezó allí como “engrudero”, que era el empleado del archivo dedicado a pegar con engrudo los recortes periodísticos en hojas. No tardó mucho en devenir en redactor: “En Espectáculos estaba a las órdenes de un distinguidísimo peruano, don Julio Castillo. Era un melómano exquisito y un experto en artes taurinas, así que aprendí todo el tema sin haber visto un toro más que en el campo.-contó- Y me hice cronista de espectáculos de tanto escucharlo y de ir a la Filarmónica”. [3]

Hasta que asumió como jefe de la sección Teatro y Cine. Su escritorio estaba al fondo del cuarto piso, en una redacción donde unos quince periodistas tecleaban en máquinas Remington u Olivetti al ritmo del ventilador. Tenía una oficina amplia, con las paredes llenas de fotos de artistas. Allí redactaba las entrevistas, las crónicas y las críticas que la gente del espectáculo esperaba “con el alma en un hilo”, al decir del periodista Carlos Páez de Torre [4].

Fue, a su vez, cofundador del suplemento dominical de La Gaceta donde colaboró hasta el final de su vida con cuentos, poemas, notas y comentarios de libros.

En esa redacción, su compañero más entrañable fue Miguel Hynes O’ Connor, el humorista encargado de “Cartas a mi Ñaña”.

 

[1] Espinosa, Roberto, La cultura en el Tucumán del siglo XX. Diccionario monográfico. Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2006.
[2] De una entrevista inédita realizada por Carlos Ulanovsky durante la preparación de su libro Paren las rotativas.
[3] Espinosa, Roberto, ibídem.
[4] Páez de la Torre, Carlos, “El amigo, el periodista”, La Gaceta, 20 de agosto de 2009.

A diez años de la muerte de Julio Ardiles Gray, el 8 de diciembre de 2019, La Gaceta, el diario de Tucumán donde el periodista trabajó por años, dedicó la tapa de su suplemento literario a publicar la entrevista con Ardiles Gray que aquí reproducimos para constatar que su palabra no ha perdido vigencia.

A diez años de la muerte de Julio Ardiles Gray, el 8 de diciembre de 2019, La Gaceta, el diario de Tucumán donde el periodista trabajó por años, dedicó la tapa de su suplemento literario a publicar la entrevista con Ardiles Gray que aquí reproducimos para constatar que su palabra no ha perdido vigencia.

EL PERIODISMO PORTEÑO
Por problemas con el director de La Gaceta, que era el único diario que existía por los años 60 en Tucumán, Ardiles Gray decidió instalarse en la capital del país. En Buenos Aires trabajó en las dos publicaciones emblemáticas de la renovación periodística de la época, encabezadas ambas por el mítico y severo Jacobo Timerman: Primera Plana (“para mí fue como tocar el cielo con las manos”)  y La Opinión.  En esta ciudad sus compañeros de redacción lo apodaron El Tío y enseguida devino en el gran representante del género periodístico de las historias orales que también continuó en el controvertido diario Convicción, pensado por el almirante Emilio Massera como una herramienta político-periodístico de la Armada.

Coordinaba y editaba los suplementos de la publicación: Cultura, Economía y Negocios, Juegos… “A nosotros nos habían dicho que los accionistas eran de un banco italiano pero hacia la Guerra de Malvinas se destapó la olla, nos habían trampeado… Empezamos a ver entrar y salir almirantes, poco antes había empezado  a aparecer Massera y varios almirantes que se encerraban en la oficina con el director y el subdirector… Así que, por entonces, apenas cumplí los 60 años, decidí jubilarme”. [1]

[1] De la entrevista con Carlos Ulanovsky, op. cit

LA POESÍA
Fue en La Unión, donde Ardiles Gray conoció a Raúl Galán, impulsor de lo que poco después sería el Grupo La Carpa. «En ese diario –mencionaba el periodista– había una cantidad de gente muy lectora de poesía. Entonces me empezaron a pasar toda una cantidad de material que yo ignoraba, porque a mi mamá le gustaba mucho la poesía pero todavía vivía con Espronceda, Núñez de Arce, cuando más eran Darío y Lugones… Pero de la vanguardia no conocía nada. Entonces con ellos me deslumbré con Pablo Neruda, con Vicente Huidobro, con Federico García Lorca, con Rafael Alberti…“ [1]

Ardiles Gray integró La Carpa junto a Galán, María Elvira Juárez; Nicandro Pereyra, Sara San Martín, María Adela Agudo, Raúl Aráoz Anzóategui, Manuel J. Castilla  y José Fernández Molina. Era un movimiento de jóvenes, provocadores y recién estrenados poetas, así bautizado porque durante ese primer año organizaron funciones de títeres en una carpa, además de recitales de poesía y conferencias. Hasta que quedó definida que la principal actividad era la edición de libros (“cuadernos”, los llamaban) y de boletines noticiosos armados de modo colectivo y artesanal.

El primer libro de La Carpa fue también el primero de Julio, Tiempo deseado, un volumen de poemas aparecido en 1944 y que el periodista pagó con un bono de venta anticipada que inventaron con el grupo, sus ahorros y un refuerzo que aportó su madre que –al decir del autor – al fin veía que su hijo era poeta con letras impresas. [2] Como no les alcanzó el dinero más que para la imprenta, la encuadernación la hicieron a mano: cosían, doblaban y pegaban.

Con el sello de La Carpa apareció también su segundo libro de versos, Cánticos terrenales, y su primera novela, La grieta, de 1951

Neorománticos en las formas estéticas y en los temas, posicionados política, ética y poéticamente y generadores de intensas polémicas, los integrantes de La Carpa devinieron en un referente esencial de la poesía del Noroeste del país.

[1] Martínez Zuccardi Soledad,Julio Ardiles Gray en los años de La Carpa”, La Gaceta, Tucumán, 13 de septiembre de 2009.
[2] AAVV, “Encuesta a la literatura argentina”,Capítulo N 134, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.

LA NOVELA
De la poesía, el escritor pasó a la novela y posteriormente a los cuentos.

En 1954, para publicar Elegía, creo un sello propio –Editorial Jano– y dado que tenía que pagar su impresión, salía con su amigo Serafín Aguirre a vender la obra puerta a puerta. “Yo por una vereda y él por la otra, tocando timbres. ‘¿Y de qué es la novela?’, preguntaban las señoras. ‘De amor’ les mentíamos, para conseguir los diez pesos que costaba el ejemplar. También vendíamos la mercadería en los trenes suburbanos que iban al sur de Tucumán. Serafín me exhibía ante los pasajeros con un discurso de gran charlatán de feria. Por diez pesos, el público estimado podía no solo deleitarse con la novela y conocer al autor sino también ligarse un autógrafo.”

EL TEATRO
Ardiles Gray se acercó al teatro a través de los grupos vocacionales, como se los llamaba antes de definirse como independientes. Sus primeras obras las escribió en 1950 como integrante del elenco estable de la peña El Cardón, que era un epicentro de las prácticas artísticas tucumanas [1]. Montaban las puestas en un sótano que estaba desocupado, frente a la plaza principal de la ciudad: un esfuerzo a pulmón, sin infraestructura más que unas butacas y los reflectores que hacían con latas vacías de café.

Muchas de sus obras fueron estrenadas en diferentes espacios y a partir de 1964 periódicamente compiladas en libros. Escribió 22 piezas teatrales, de las cuales 18 fueron reunidas en cinco volúmenes; el resto permanece inédito. Realizó también numerosas adaptaciones y traducciones.

Como dramaturgo, como crítico,  como periodista –incluso durante un año y medio fue director artístico de la sala de teatro que tenía el Hotel Bauen– Ardiles Gray siempre estuvo ligado al  teatro, que fue el telón de fondo de su vida.

[1] Tossi, Mauricio,Poéticas y formaciones teatrales en el noroeste argentino: Tucumán, 1954-1976, Buenos Aires, Dunken, 2011.

LA POLÍTICA
Julio Ardiles Gray sabía desde chico que poco después de la fundación de la Unión Cívica Radical, el dirigente Leandro N. Alem pasó por la localidad de Famaillá y  su abuelo ferroviario llenó toda la estación de flores, resultado de lo cual fue despedido. Y él mismo tenía guardado un panfleto dedicado al “joven poeta” que Marcelo T. de Alvear le autografió en 1937, durante la postulación del político como candidato a presidente para las elecciones nacionales en las que finalmente triunfó Roberto Ortiz.

Radical por herencia familiar –luego frondicista– y antiperonista por vía del antinazismo, Julio ocupó cargos partidarios y públicos. El más importante fue el de Presidente del Consejo Provincial de Difusión Cultural, innovador ente creado en 1956 desde su cargo de Subsecretario de Cultura de la Provincia de Tucumán, bajo la gestión del gobernador radical Celestino Gelsi.

El Consejo fue creado por una ley que duró hasta el arribo al poder de la dictadura del general Antonio Bussi, en 1976, y bajo ese paraguas se consiguieron fondos firmes para la promoción de las artes desde el Estado. Se crearon los elencos estables de Teatro, Ballet y Orquesta y se impuso el Septiembre Musical, programa oficial que se continúa hasta entonces, entre otras actividades.

LOS VIAJES
Ardiles Gray hizo varios viajes largos e importantes a Francia. El primero –entre 1961 y 1962- consistió en una beca otorgada por el Ministerio de Asuntos Extranjeros de ese país. Otro fue en 1966, previo a su mudanza a Buenos Aires y su ingreso a Primera Plana. Y hubo más.  Como crítico de cine que hablaba francés fue enviado muchas veces al Festival de Cannes lo que implicaba correrse a Paris o Lyon. Su relación con amigos franceses ha sido entrañable y sostenida en el tiempo.
TRADUCCIONES
Adorador de la cultura gala y su idioma, Ardiles Gray tradujo vocacionalmente a escritores franceses como Georges Brassens, Charles Beaudelaire, Paul Verlaine, Pierre Corneille y Francis James, así como 15 obras de teatro y hasta tangos. En Primera Plana, sin ir más lejos, le habían encargado traducir El Express.

A su muerte, Ana Ezcurra –la mujer con la que se casó en 1982 cuando ya todos lo daban por un tío solterón– se acercó a la vieja máquina de escribir para espiar la página que había quedado puesta en el rollo. Entonces se encontró con un poema. No era de su marido, sino de Paul Valéry: estaba traduciendo Salmo, un poema de amor de 1938. Según recuerda la escritora Alicia Dujovne Ortiz, en esa hoja, mecanografiada, se notaban los golpes desparejos de las teclas y las correcciones hechas a mano de este intelectual que se abrió camino a punta de grabadores y máquinas de escribir. [1]

[1] Dujovne Ortiz, Alicia, “La última página de Julio Ardiles Gray”, La Gaceta literaria, 6 de diciembre de 2009.