Julio Ardiles Gray era un tipo regordete, de movimientos lentos, voz fuerte y carcajadas estrepitosas; generoso, querible, chispeante y hablador. Sus compañeros de La Opinión lo apodaron El Tío. “Y es que realmente lo era”, recuerda Carlos Ulanovsky: “Bonachón, amable, preocupado por el otro, condición periodística indispensable (ponerse en el lugar del otro) que le permitió desarrollar a la perfección el género de la historia de vida. Una persona culta, fuente de consulta permanente. Era un tío hecho y derecho, no el del cuento del tío, era EL tío. No sé quién le puso el apodo pero seguro corresponde a la picaresca de la redacción.”
Periodista, dramaturgo, autor de poemas, cuentos y novelas, docente… Ardiles Gray hizo de todo: desde vender libros puerta a puerta hasta ocupar cargos en la función pública en Tucumán, donde todavía es recordado por haber transformado la vida cultural de la provincia.
Y todo le sirvió para todo. Con esa mixtura están amasados los veintidós libros que publicó (siete novelas, cinco de dramaturgia, cuatro de cuentos, tres de poemas y otros tres de cariz periodístico); la infinidad de crónicas y críticas que aparecieron en diarios y revistas, una veintena de producciones teatrales y las traducciones, canciones, obras de teatro, investigaciones y otros relatos que quedaron inéditos.
– ¿Sos tucumano cuando escribís?, le preguntaron en una entrevista cuando ya llevaba años radicado en la Capital Federal.
– Soy de una generación que se ha formado en contra del folclorismo, en contra del color local, que nos ha resultado una plaga. El lenguaje es solo el celofán, el envoltorio… Mi obra es tucumana por los temas y las situaciones que presenta. Porque no es el mismo hambre en Tucumán que en Buenos Aires, ni es la misma muerte, ni es lo mismo el patriciado venido a menos de las provincias que los nuevos ricos porteños.”
Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tucumán, Ardiles Gray murió en Buenos Aires, el 19 de Agosto de 2009, a los 87 años. Sus cenizas fueron volcadas al arroyo El Tejar, que cruza la ciudad de Monteros y corre al pie de la casa familiar en la que transcurrió su infancia.