Como una suerte de manifiesto, los integrantes de La Carpa publicaron en 1944 el cuaderno Muestra colectiva de poemas, en el que sostenían:
Los autores de los poemas recogidos en este cuaderno de La Carpa poseemos en común un hondo amor a la tierra y ahincada preocupación por la aventura del hombre; del hombre, que es también naturaleza.
Sentadas las premisas de que la poesía es flor de la tierra y que el poeta es la más cabal expresión del hombre, asumimos la responsabilidad de recoger por igual las resonancias del paisaje y los clamores del ser humano (ese maravilloso fenómeno terrestre en continuo drama de ascensión hacia la Libertad, como el árbol).
Esta desea ser, pues, poesía de la tierra, empeñada en soñar para este mundo un orden sin barrotes, ni hambre, ni sangre derramada. Cuando la angustia de lo exterior está cerrando el camino de la poesía ella se arma de espinas, en legítima defensa. Sin embargo, el nuestro no es arte de combate. Es sí poesía en lucha, en crisis, ya que el término no nos asusta ni escandaliza.
¿Por qué afligirnos de que la Poesía sufra las crisis que el hombre vive? Pobre de ella si tal no lo hiciera. Y pobre del hombre si la Poesía no sintiese también el drama para redimirlo de sus dolores con la proyección depurada del dolor sobre un cielo de esperanzas.
Los autores de estos poemas hemos nacido y residimos en el Norte de la República Argentina pero no tenemos ningún mensaje regionalista que transmitir, como no sea nuestro amor por este retazo de país donde el paisaje alcanza sus más altas galas y en el cual el hombre identifica su sed de libertad con la razón misma de vivir.
Se está aquí en más cercano contacto con la tierra, con las tradiciones y el pasado, elementos auténticamente poéticos que no son responsables de las secreciones de cierto nativismo mezquino que encubre su prosa con el injerto de giros regionales y de palabras aborígenes. Por ello proclamamos nuestro absoluto divorcio con esa floración de “poetas folkloristas” que ensucian las expresiones del arte y del saber popular utilizándolos de ingredientes supletorios de su impotencia lírica.
Toman ellos de la tierra lo que tiene de más superficial y anecdótico. Nosotros preferimos el galardón de la Poesía buscando las esencias más íntimas del paisaje e interesándonos de verdad por la tragedia del indio, al que amamos y contemplamos como un prójimo y no como un elemento decorativo.
Nada debemos a los falsos “folkloristas”. Tenemos conciencia de que en esta parte del país la Poesía comienza con nosotros.
Encuéntranse también en estos poemas un propósito de libre elección de formas. Soplos torturados pasean a veces por el verso procurando constreñirlo a la expresión de sentimientos indóciles a la palabra, a la recepción de notas casi inasibles; pero esta fidelidad con nuestro mundo íntimo no excluye el afán de belleza exterior, ya que ella es uno de los deberes primordiales de nuestro oficio.
La pretensión de transmitir directamente las más hondas vibraciones entronca con las inquietudes de las escuelas literarias hasta ayer nuevas, de indiscutible raíz romántica. En especial recibe su impulso del surrealismo y responde, esencialmente, al anhelo de llegar a la poesía pura que es siempre un producto subversivo. Pero deseamos “practicar la poesía” en una medida mayor que la ensayada por aquella escuela europea, hoy en pleno derrumbe: queremos vivir la Poesía. El esfuerzo surrealista por penetrar en los hontanares del ser en procura de un estado que sumara el sueño y la vigilia, condujo en algunos casos a una desintegración de la conciencia poética restando al artista su deber afirmativo de hombre en función creadora de belleza y en los otros casos desembocó en la exhibición de cuadros clínicos.
A pesar de su naufragio, el surrealismo nos deja un legado útil: señaló un venero virgen para la labor poética y rompió los cercos que la razón levantaba en torno suyo…
Repetimos: la Poesía tiene tres dimensiones: belleza, afirmación y vaticinio. Atenderlas con firme fidelidad es asumir una integral actitud de poetas.
Ese integralismo es nuestro objetivo. Hacia él procuramos ascender. Pretendemos que sus gérmenes están presentes en nuestras reacciones ante la Vida, en nuestro afán vocacional y en nuestros cantos.